La salida de mi jefe
Un texto sobre los reclamos, los duelos y los agradecimientos.
Hace ya varios días quería escribir sobre los vicios del proceso que sacaron a mi actual jefe, Ernesto Rivera, de la dirección del Semanario Universidad.
El Consejo Universitario realizó un concurso extraño, utilizó un proceso de votación en el que no votó (sino que brindó calificaciones subjetivas) y varios de nosotros, varios periodistas, interpretamos el movimiento como un claro deseo de sacar a nuestro director y barrer, con él, a nuestra línea editorial (que se ha ganado sus férreos detractores internos y externos en los últimos días, meses y años).
Sin embargo, eso ya lo resumió muy acertadamente en su perfil de Facebook una de mis grandes compañeras de trabajo, Hulda Miranda.
Ernesto podía reelegirse e hizo todos los méritos para hacerlo, pero no logró conjuntar las voluntades para concretarlo.
Todo es política, dicen (y es cierto).
Él encontró un semanario chico y empujó todos los mecanismos posibles para que hiciera más bulla y para que llegara cada vez a más personas; sin embargo, igual se cargaron su puesto, sin dar mayores explicaciones y en pleno secretismo.
Se siente un poco injusto, debo admitir. Más tomando en cuenta que el Semanario Universidad es un medio público (por ende, mío y de todos ustedes), pero cuyos responsables no dieron una sola explicación sobre las decisiones que tomaron y se negaron a hacerlo, incluso cuando se les preguntó en conferencia de prensa.
Me duele este sentimiento. Me duele por la salida de mi jefe y porque lo siento como un desprecio al periodismo que hicimos (dirigidos por él) en estos últimos cuatro años: un desprecio que se me parece muchísimo al que han aplicado muchos otros medios (la mayoría de ellos privados) en condiciones muy similares en el pasado. Supongo que las diferencias son más sutiles de lo que pensaba.
Esta semana fue difícil para varios de nosotros en la redacción. La mayoría de los periodistas estuvimos tristes, no por la llegada de doña Laura (Martínez) sino por ese significado que encontramos detrás de la destitución de Ernesto. Nos dolió la decisión porque varios (una buena mayoría) pedimos que Ernesto se quedara y no nos escucharon.
También porque fue una decisión que se tomó después de que varios decanos publicaron una carta pidiendo “un cambio de rumbo del medio”, hecho que aportó bastante a esa percepción muy personal— y ojalá equivocada — de que todo fue un intento de censura. No gustamos, no seguimos.
Me costó dormir en estas últimas noches y aún me siento desgastado, abrumado y tristón. Pocas veces me he sentido tan desmotivado para hacer incluso esto que amo: el periodismo que siempre he hecho.
Fue una semana difícil, pero cuando me siento triste, suelo escribir, y eso es lo que decidí hacer con este texto.
Ahora, dejando hasta este punto mis reproches, prefiero concluir con un agradecimiento muy grande y muy sincero para Ernesto, es lo menos que podría hacer en este momento.
***
Cuando yo llegué al Semanario, a mis 19 años, el medio era otra cosa. Practicaba poco periodismo de investigación, se sentía rígido y desfasado, y tenía un problemas gigantes en el plano digital.
Yo lamentaba eso infinitamente, sobre todo tomando en cuenta que era un reportero bastante joven (todavía más joven que ahora) y que no podía comprender cómo un medio — especialmente un medio universitario — no apostaba por el última hora (con la virtud, esa virtud tan provechosa, de que no tenía que pervertirse para ganar likes ni otras reacciones).
Todo eso lo entendió Ernesto, a quien siempre sentí como otro joven más en la redacción, quien comprendió (y compartió) mis problemas con la versión más anquilosada del medio, hasta el punto de emprender una versión digital del periódico, con todas las resistencias que ello implicaba dentro de una institución estatal (como todos podrán imaginarse).
En esa versión — como si fuera poco — me dio la oportunidad de aprender con él (y de él), ese capo del periodismo investigativo que siempre ha sido. Me enseñó mucho de cómo se cubre la política y tantas otras complejidades, bajo los más altos estándares que él siempre ha manejado (sin falsos balances, solo amparado en los hechos y los datos probados).
Yo desearía que Ernesto continuase en la dirección del Semanario, y lo digo abierta y tranquilamente, con el agradecimiento que — siento yo — debieron haber tenido también las personas que sí podían hacerlo posible.
El Pío Víquez y tantos otros premios eran lo de menos para avalar su gestión. Su verdadera labor fue terminar de transformar el medio de un boletín institucional (como muchos querrían que siguiera siendo) a un verdadero megáfono de la UCR, recurrente en la agenda pública, en el que periodistas pudimos poner sobre la mesa — con más fuerza que nunca — temas evidentemente complejos, con la responsabilidad que siempre ha caracterizado (o pensamos que siempre lo ha hecho) a nuestra institución.
Me alegra escuchar a Laura Martínez decir que «las cosas buenas se van a mantener» y que «será muy respetuosa de lo que se ha hecho». Considero que esa será una de sus mayores responsabilidades, pues la barra que dejó Ernesto quedó muy en alto.
Por supuesto, como decía Hulda en su post, esto “nada tiene que ver con la capacidad de quien asume”.
Yo a mi jefe (Ernesto), le agradezco confiar en este carajillo que sigo siendo en el mundo del periodismo. Le agradezco mucho que me diera el chance de cumplir mis sueños periodísticos (así de raros como eran cubrir política y asuntos económicos). Eso, reconozco perfectamente, es algo que otros posiblemente nunca se habrían atrevido a poner sobre mis hombros (y yo espero haberle correspondido con mi trabajo).
También le agradezco por editarme y por enseñarme, incluso en las jornadas más largas que terminaban hasta muy de noche, cuando otros funcionarios probablemente habrían preferido quedarse durmiendo.
Por eso y mucho más siempre le llamaré “maestro”. Él nos decía a sus reporteros así y yo le respondo con la misma palabra: así se comportó.
***
Esto, como decía antes, es un texto de duelo, pero sobre todo de agradecimiento. Sus cuatro años, Ernesto, son el inicio de mi carrera y espero nunca brincarme sus enseñanzas, ni decepcionarlo.
Por ahora, me quedo con sus declaraciones después de todo este proceso, dadas al mismo “Sema” digital que usted levantó desde cero:
“En estos años logramos reforzar la confianza y la credibilidad del medio como un espacio independiente, impulsamos una agenda de investigación y derechos humanos y una agenda que provocó impacto, adhesión del público y cambios visibles.
Siento que me castigaron por hacer buen periodismo, por investigar y cuestionar al poder. Por mostrarlo y evidenciar su cara más cruda, incluso dentro del campus de la propia universidad.
Y sí, maestro. Yo también creo que « fue un día triste para el periodismo y para la libertad de expresión en Costa Rica».
Josué.